Esquineros

Ricardo López

Aquellos que pasaron la palma de la mano sobre la cresta del mar. Aquellos que vieron el amanecer como el último. Aquellos que respiraron el sudor del mangle. Aquellos que observaron sus pasos. Aquellos que hablaron al teléfono muy bajito como si el país los escuchara. Aquellos que a través del sol medían la distancia entre las islas. Aquellos que emborronaron la cuartilla sin poder escribir una palabra. Aquellos que gritaron de un balcón a otro. Aquellos que miraron hacia el piso con el pecho quebrado por la presión y la profundidad. Aquellos que limpiaron el polvo y fregaron las paredes y olvidaron marcar su estatura en la pared del fondo. Aquellos que estaban envidiando a las gaviotas. Aquellos que no las vieron. Aquellos que no podían respirar. Aquellos que fueron para siempre una sonrisa antes de cerrar la puerta. Aquellos que disciplinadamente ahuyentaron el lenguaje. Aquellos que traían ese sueño bajo el brazo hasta que el propio sueño fue un ciclón y un huracán. Aquellos que dieron la mano para sujetarse. Aquellos que jamás cerraron los ojos. Aquellos que supieron ser la isla. Aquellos que volvieron a medir la distancia de las cosas y sentados frente a frente abrazaron una foto. Aquellos que se reclinaron en el sillón. Aquellos que bebieron una taza de café dejada por la mitad. Aquellos que lloraron. Aquellos que agarraron a la muerte por el cuello hasta dejarse vencer. Aquellos que aun, desde los años, acarician el recuerdo. Aquellos del tamaño de la isla. Aquellos que respondieron del otro lado del balcón. Aquellos que lo sabían desde antes, desde que no les firmaron en la piel la ruta y la cascada. Aquellos que nos vieron una vez más. Aquellos que apagaron el televisor, cerraron las ventanas, la portezuela de la azotea. Aquellos que entregaron al perro con todas las instrucciones. Aquellos que no están en las canciones. Aquellos que se apoyaron en la geografía de una isla. Aquellos que soñaron y fueron soñados. Aquellos que maldijeron.

Ustedes, los que no llegaron.