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  • Writer's pictureCandela Review

Las historias de mis ‘putas’ las cuento yo

Updated: Aug 8, 2021

Darcy Borrero




M. iba a mi casa en busca de ropa sexy y maquillaje para parar el tráfico en las noches habaneras. M., dos años más joven que yo, no tuvo más “cabeza” para estudios, se cansó rápido de libretas al ver que en la calle tenía más oportunidades que en el aula. M. nació y ha vivido siempre en La Güinera, Arroyo Naranjo, a M. no la avergüenza la palabra “marginal”.


Ella salió a protestar, con los suyos, el lunes 12 de julio en el barrio. Ese mismo día, en las manifestaciones que el Ministerio del Interior trata como “disturbios”, murió Diubis Laurencio, joven negro al que llamaban Pikiry y vendía a M. y a sus (mis) amigas putas perfumes Fraiché traídos de México. Al día siguiente, martes 13, mientras la noticia de esa muerte se hizo oficial, a M. la recogían en su casa con un “de pie” forzado y se la llevaban a un centro de detención policial. A M. la apartaban de su madre, de su padre y de sus hermanos. La dejaron incomunicada hasta que, después de muchas preguntas y desesperación, sus padres averiguaron en 100 y Aldabó que había sido trasladada para la prisión de Mujeres del Guatao.


***


La Güinera llegó tarde a la Fiesta del Guatao, pero llegó. Aunque las manifestaciones populares comenzaron en San Antonio de los Baños el domingo 11-J, el barrio de la periferia habanera se levantó a protestar el lunes 12. Ese día, y el anterior, salieron a las calles de Cuba vendedores ambulantes, amas de casa, exconvictos, albañiles, camioneros, activistas, estudiantes, desempleados, periodistas, informáticos, artistas, pescadores, actores, médicos, carpinteros, ajedrecistas, profesores, custodios, biólogos, enfermeros, peloteros, tatuadoras, sacerdotisas yorubas, agrónomos, bailarinas, ingenieros, estibadores, estomatólogos, babalawos y pastores… Hay al menos una persona de cada uno de estos oficios que salió a protestar y terminó siendo detenida o desaparecida de su domicilio, como parte de un total de 770 que se incluyen en un listado surgido por iniciativa ciudadana y feminista.


En las listas, por razones obvias, no se declara “colero” al colero, “carretillero” al carretillero, “proxeneta” al proxeneta, “jinetera” a la jinetera; “chulo” al chulo, “yonqui” al yonqui, aunque en un barrio siempre se sepa quiénes proveen el Tramadol o los metiles, la marihuana y la “piedra”. Poco se habla, en profundidad y con conocimiento de causa, sobre los “marginales” que no tenían casi nada que perder cuando salieron a las calles porque poco a poco les han quitado todo menos las razones para gritar por libertad, comida y cambios. De lo que nadie habla es de esos desempleados o desempleadas que no trabajan formalmente porque rehuyen de todo vínculo con un estado que lastra sus derechos civiles.

Por elles y su furia contenida por años y lanzada a las autoridades los días 11 y 12 de julio, escribo estas palabras. Porque temo que les fabriquen expedientes y causas sobre la base de antiguos “delitos” en los que no deja de tener responsabilidad el Estado, aun cuando presente a La Güinera como un barrio de oportunidades.


Temo que a mi amiga M. le recuerden esos días en que salíamos en piquete las muchachas del barrio “de oportunidades” y nos daba la madrugada con los labiales corridos a las afueras del 1830, con los tacones afincados en el muro del Malecón y mirando al horizonte inalcanzable de una partida; o en una discoteca cualquiera, rodeadas de yumas que buscaban nalguitas empinadas, culitos criollos donde excretar los excesos del capitalismo.

Temo que le saquen a M., de solo 25 años, esas historias de emperifollaje, alguna que otra acta de apercibimiento que no llega a ser advertencia pero se vuelve chantaje por “asedio al turismo”, cuando es el turismo el que asedia a les cubanes y siempre lleva un debate filosófico eso de quién le jinetea a quién.


***


A M. deje de verla a medida que me fui distanciando del barrio, aún sin abandonar mi casa. La distancia la imponía la Universidad, aquellos viajes eternos de 14 kilómetros diarios que me llevaban a Nuevo Vedado y donde se transformaban mis premisas de vida. De llegar con una ostentosa y vulgar gargantilla dorada en el cuello el primer día, a no usar ninguna prenda más que mi iddé y pulsos de hilos confeccionados por artesanos. De ir en tacones a usar sandalias de cuero de la feria de 23 y M. Del reguetón del Micha al rock del Aljibe pasando por talleres literarios. De los jevos de barrio a noviecitos ubicados en Guanabacoa, La Habana Vieja, Playa y El Vedado. De vestirme de rojo y ser el objeto de estudio de una clase de televisión que coqueteaba con la Semiótica, a escoger colores neutros, no saturados. Del desparpajo a la timidez. Y luego, de vuelta de todo eso, de nuevo al barrio. Sin poses elitistas.


A M. la vi por última vez, antes de irme de Cuba y su Habana, en la calle Prado, esquina a Neptuno. Ella surcaba la calle con un meneo despampanante, short de mezclilla corto y pelo afro descomunal. Esbelta y ágil, fue a besarme la mejilla enseguida y a decirme: “puti, ¿cómo tú estás?, andas perdida”. Y allí, a la entrada de una galería de arte, le celebré el pelo y contesté que yo estaba bien, pero que ella estaba “lindona”.


Miró los cuadros y las fotos de la galería, nos despedimos y siguió su camino. Vi su melena perderse por Prado, entre los leones, rumbo a Malecón.


Pasaron tres años y ahora es que vuelvo a saber de M. En un trámite migratorio encuentro a una muchacha del barrio y le pregunto enseguida: “¿tú eres de La Güinera, verdad?” Elianys es su nombre. Me contesta que sí, que ella enseguida me reconoció aunque yo tenía antes el pelo negro y quemaba grasa en el gimnasio de Jorgito. Estaba fitness a pesar de las cervezas que de vez en cuando compartía con T., la madre de M., en la esquina del contenedor del barrio, donde nos parábamos a beber. Elianys y yo intercambiamos recuerdos y números, amigas en común. Y fue ella quien me avisó de que M. estaba presa tras las protestas. Entré al perfil de su padre y por esa vía encontré el de M. Aunque no había publicaciones recientes, una amiga nuestra que se marchó a Italia la etiquetó en un post. Llamé a esa amiga, R., y me confirmó que M. estaba detenida. R. me puso en contacto con otra amiga a la que le había perdido la pista: G., la hermana de M.


—¿Quién me habla? —preguntó ella cuando la llamé sin previo aviso.

—Darcy —le contesté.

—¿Darcy, qué Darcy, la amiguita mía que vive por la escuela Nuevos Horizontes?

—Yo misma.

—Mi vida… ¿Cómo tú estás? —dijo ella. Sin salir del asombro, seguimos la conversación. No nos alcanzó una hora para ponernos al día.


G. está viviendo ahora en Florida, como yo. Su historia es poco común. Se casó con un gringo, lo que en palabras del barrio sería un “yuma yuma”, nacido en “el lugar”, quien le puso los papeles para la visa fiancé. Ella fue a Guyana a hacer los trámites: “yo estaba de iyabó, fui vestida de blanco y en chancletas. No le dije a casi nadie. Eché unas pocas cosas en mi equipaje, ni maleta cogí porque para todo el mundo, yo viraba pronto a Cuba”, me cuenta. “Con la bendición de Obbatalá, el oficial de Inmigracion me dijo que creía en nuestro amor y me dio la visa. Fui directo de Georgetown a Los Ángeles. Tenía tres meses para casarme y hacer efectivo mi derecho a quedarme en USA. Nos casamos en Las Vegas”, precisa y yo no salgo del asombro.


Luego las cosas no salieron como G. esperaba, aunque quería a su marido. “No me dejaba trabajar, hice algunas cosas como modelo, pero estaba trancada en la casa, hasta que los problemas empeoraron y me divorcié, salí de Los Ángeles, y solita, sin familia y solo con la ayuda de La Matancera (una muchacha que entró al piquete cuando ya te habías ido), vine para Florida. Aquí uno madura mucho”, relata. Varios noviecitos despues, G. es una mujer independiente que trabaja duro como manicure/pedicure y el resto del tiempo en un bar llamado Amsterdam Hallandale al que pronto iré a chismear y a compartir con G. su dolor por su hermana presa. M. es la menor de las dos, tiene 23 años y, por el momento, le han dicho a la madre de ambas que a M. le van a poner una fianza. Y no solo a M. sino también a los otros dos hermanos de ambas y al primo, todos detenidos por haber participado en las protestas.


R. también está preocupada por M. Todas saben (sabemos) lo que es entrar a una estación de policía con o sin esposas, luego de ser montadas en una patrulla. El trato pasa por la revisión y confiscación del celular y de las pertenencias de una. A no pocas (periodistas, mujeres de distintos perfiles y condiciones) les han pedido que se desnuden, se agachen, pujen, tosan[1] y se introduzcan un dedo en la vagina[2] para “verificar que no lleven nada escondido allí dentro” cuando en las vaginas, muchas veces, lo que suele guardarse es la dignidad. Y esa dignidad no les es ajena a las putas por muy putas que sean. No debe ser violentada como tampoco debe ser secuestrado su relato. Algunas como la periodista Mónica Baró y la adolescente Gabriela Zequeira (estudiante de Contabilidad detenida en las protestas del 11-J) han podido contarlo y amplificar sus voces. Otras no lo han hecho y difícilmente puedan hacerlo en el futuro cercano. Esas mujeres anónimas e invisibles son las que más me preocupan. Esas y, especialmente, mis amigas putas reputas que no le temen a esa ni a otras palabras. Las historias de mis ‘putas’ no deberían contarlas los machos vencedores autoritarios poderosos violentos maltratadores... Tampoco quienes intenten capitalizarlas en nombre de feminismos que no las representan[3]. Si ellas me dejan, sus historias, que son un poco mías, las cuento yo. Para empezar, desbloqueo una parte de mí que antes tragó en seco. Nunca pensé escribirlo, pero les confieso: yo también he estado en un calabozo de cuatro por cuatro, nauseabundo, y me han bastado unas horas para repudiar el sistema carcelario con sus alucinaciones selectivas y patriarcales en un Estado macho varón masculino. Se va a caer, es decir, lo vamos a tumbar.


PD: Al cierre de esta crónica, recibí un audio por WhatsApp. G. me decía que su madre estaba preocupada porque según la Policía, de los hermanos presos, M. es la que está en una posición más complicada. “Le dijeron a mi mamá que tienen un video en el que aparece mi hermana con una botella en la mano, y que esa botella tenía gasolina y que ella quería prender candela. Dice mi mamá que eso es mentira, no se ve ninguna imagen de mi hermana que pruebe que ella estuviera prendiendo candela”, insiste G.



[1] Tras ser condenada el pasado 22 de julio mediante un juicio sumario realizado en el Tribunal Municipal de Diez de Octubre, en el momento de su liberación Gabriela ya se encontraba en la Prisión de Mujeres de Occidente, conocida como “El Guatao”. La estudiante de segundo año de Contabilidad en el politécnico Andrés Luján de San Miguel del Padrón fue condenada por el supuesto delito de desorden público (artículo 200 del Código Penal), a pesar de que asegura que el día de las protestas regresaba de la peluquería y “solo se quedó mirando porque nunca había visto una manifestación”. En la Unidad de la PNR de 100 y Aldabó cuenta Gabriela que la llevaron al vestuario y le dijeron que se quitara la ropa. Primero el ajustador y luego el short y el blúmer, luego que tosiera fuerte y que hiciera cinco cuclillas mientras se apretaba el bajo vientre. Finalmente, a la adolescente de 17 años le pidieron que se introdujera el dedo en su vagina. “Me llevaron a una celda en la que hacía mucho calor, cada vez que cogía el sueño me llamaban y abrían la puerta como si nada y me ponían el noticiero a toda hora y alto; me decían que yo era menor de edad para algunas cosas, pero no para otras, y que en ese momento yo era mayor de edad”. Testimonio de Gabriela Zequeira disponible en https://www.cubanet.org/noticias/adolescente-condenada-a-8-meses-de-prision-pasa-a-reclusion-domiciliaria/

[2] No recuerdo la cara de la mujer que me dijo que me quitara la ropa. No recuerdo cómo me lo dijo, si me lo pidió o me lo ordenó, pero yo sentí que no tenía otra opción que quitármela. Llevaba unos pantalones de una tela colorida y estampada que me encantan. Me los había puesto especialmente ese día porque supuse que lo mejor era llevar ropa cómoda. La tela de esos pantalones me permitió en un momento hacer ejercicios de estiramiento en la sala de espera de la unidad militar donde nos dejaron. Me imagino que nadie entendiera, ni mis colegas, ni los oficiales, que en medio de aquella situación yo me sentara en el suelo con las piernas abiertas, buscando que mis extremidades se expandieran y oxigenaran. Debí haber proyectado una imagen desconcertante. Creo que uno de mis colegas luego me preguntó, con extrañamiento, por qué me había puesto a hacer ejercicios de ballet. Y yo no supe qué responderle. Seguro discutimos, seguro le reproché algo. Casi cuatro años después de esa detención, de octubre de 2016, de mi intento fallido de cubrir, junto con otros periodistas de la revista independiente Periodismo de Barrio, el paso del huracán Matthew por el Oriente de Cuba, es que empiezo a entender por qué me había puesto a hacer ejercicios de ballet en la sala de espera de una unidad militar, por qué me puse esos pantalones de tela suave, por qué no recuerdo la cara de la mujer que me dijo que me quitara la ropa, por qué no recuerdo la cara de nadie, solo uniformes, uniformes verde olivo, y por qué me quité la ropa cuando me dijeron que me la quitara. No me quedé completamente desnuda, sino en blúmer y ajustadores. Creo que sí, que ese día llevaba ajustadores, pero la verdad es que no lo recuerdo claramente. Todos esos detalles permanecen en mi memoria rodeados por una neblina de miedos. La oficial me debió haber dicho «quítate la ropa» o «desnúdate». Estábamos en una habitación, no sabría decir si había alguien más. La recuerdo a ella frente a mí y recuerdo que yo sentía que no podía marcharme a otro lugar lejos de esa orden. (Testimonio de Mónica Baró disponible en https://revistaelestornudo.com/detenciones-periodistas-cuba-policia/?fbclid=IwAR1Pc-C7hT0xAJOXGO52ZaQacUoD0jrjDbfX5vkIcb-_4OjbA_DEAdu2CsM

[3] El feminismo es blanco por la noción de mujer, es transexcluyente y colorista. Es punitivista por estar a favor de eso que han nombrado como “justicia”, pero que en realidad es la cárcel y el control de los cuerpos racializados. Estamos en contra de todas las leyes que apelan a la justicia punitivista criminal. No queremos leyes, queremos que todas desaparezcan, incluyendo al Estado. ¿No se dan cuenta que sus propias leyes son las que perpetúan el aparato represivo del Estado? Matemos al Estado. Todo feminismo que apela al Estado es liberal, y por ende, racista. Como negrxs no queremos leyes de antidiscriminación porque sabemos que esas mismas leyes serán las culpables de condenar a la cárcel a nuestros propixs compañerxs... Apoyamos el trabajo sexual, y si quieren abolir algo, empecemos por la abolición del trabajo doméstico, las cárceles, las maquilas o todos los trabajos del mundo que dinamizan el capital. (Fragmento de texto del Manifiesto de la Colectiva AFROntera que deja claro que algunos feminismos no representan a quienes están “al margen” de los centros de poder. Disponible en https://yucapost.com/politica-y-sociedad/manifiesto-de-la-colectiva-afrontera/

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