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Diario para Luis Manuel (Día 12)

Jorge Enrique Rodríguez


No tengo anécdotas personales, ni fotos, con Luis Manuel Otero Alcántara [El Luisma]. Ni siquiera recuerdo, y la memoria es para mí una credencial que me distingue, la primera vez que coincidimos e interactuamos. Quizá sea porque desde esa primera vez, el sentimiento sí lo recuerdo, nos tratamos recíprocamente como si nos conociéramos de toda la vida.

He sido crítico del Luisma, esencialmente por sus huelgas de hambre y de sed que ha llevado a cabo por razones que le sobran, y por potestades irreductibles que le asisten por encima de mi criterio, de mi lógica de vida, y de mi manera de entender los acontecimientos. Mi crítica hacia esas acciones suyas es más de índole sentimental que desde cualquier otra prerrogativa: porque me duele [sí, dolor] que se utilice el cuerpo de Luisma como trinchera, y no su infinita capacidad de aglutinar sentimientos y personas en su “alrededor personal”.


No me corresponde decir si Luisma me considera su amigo; pero sí puedo asegurar que lo considero un entrañable amigo [por motivos de sobra] aunque no he tenido grandes ocasiones para demostrárselo. Y es que no mido la estatura del Luisma por lo que ha hecho como artista, ni por su voluntad perenne de disentir o por ser el espíritu y el cuerpo del Movimiento San Isidro. He calibrado su estatura sin adulaciones [no adulo ni a mi propia madre], porque en Luisma he contemplado a un hombre que no mide la vida en victorias y derrotas, sino en las distancias que está dispuesto a recorrer por defender sus convicciones.

Hablar sobre Luisma no debería ser mi competencia. Presiento [sé] que Luisma ha conectado a tantos, que al escribir estas líneas me asalta la sensación de ser irrespetuoso; que hurto la atención que a él [y a otros] corresponde; que comercio con su actual circunstancia. Y es que mi respeto hacia Luisma va más allá de esa frontera [emboscada] de coincidir o discrepar con la actitud que asume ante sus encrucijadas.


Si no me extiendo mucho más [quisiera de veras] es por el temor de hablar sobre Luisma en pasado, o en futuro. No existe tributo más alto que pensar y querer a Luisma en el “aquí y ahora”, una de las divisas que lo distinguen tanto como artista, como irreverente, como soberbio, como persona, como hombre.


Pero sí dejaré constancia de una convicción personal: Luisma cambió el rumbo en el corazón de los cubanos, solo que esa pregunta ningún cubano se la ha planteado a sí mismo a cabalidad. No importa si usted considera esta convicción mía como un abuso de confianza, o una pedantería. En todo caso no es mi convicción particular la que debe ser interrogada, sino cuánto le hemos correspondido a Luisma: un hombre que carga con los miedos y las dudas de todos nosotros. Y aun así, con esa carga que considero inmerecida para él, regalarnos siempre su sonrisa.


Un abrazo, Luisma, de paz y memoria.

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