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Writer's pictureCandela Review

Diario para Luis Manuel (Día 8)

Updated: Nov 29, 2021


Querido Luisma,


Te escribo ya acostada en mi cama, en Madrid. Cuando era niña casi siempre escribía en diarios, no todos los días sino cuando me daba la gana, pero cuando escribía lo hacía en la noche. Justo antes de dormir.


En un diario una habla con una misma. Una se escribe cartas a una misma. Una se conoce mejor que de cualquier otra forma. Las palabras son como cuchillas que van cortando todas nuestras cortezas hasta dejarnos completamente desnudos e inofensivos. Eso cuando son palabras honestas, porque también pueden las palabras ser otras cortezas que nos acaben desfigurando.


A mí me gustaba, cuando pasaban dos o tres años, leer diarios viejos. Eran como viajes en el tiempo, como sacarme un recuerdo de la memoria y proyectarlo en una pared blanca. Pero lo mejor de todo era reconocer mis cambios: que la persona que leía no era la misma persona que había escrito lo que ya otra leía.


Así, desde esa intimidad, se fue forjando mi relación con la escritura. Durante mucho tiempo me resistía incluso a que otras personas leyeran lo que yo escribía -no los diarios sino cualquier otra cosa. Sentía una mezcla de miedo y celo. Mis palabras eras mías para mí. Mis escritos no eran hijas, eran yo misma. Luego vino el periodismo, se alejaron la ficción y la poesía, y esa mezcla de miedo y celo pasó.


En España, sin embargo, he vuelto a la ficción. Salir de Cuba, arrancarme de Cuba, ha sido volver a mí. A una parte de mí que pensaba perdida. Aquí empecé un libro, una novela, y la escribo como mismo escribía de niña: sin plan, sin ambiciones, sin miedo. Claro que me gustaría publicarla, esa o cualquier otra cosa, ver mi nombre y mis dos apellidos en la portada de un libro, pero si eso no pasa, no importa.


No te importan esas cosas cuando piensas demasiado en la mortalidad, en los dinosaurios y sus millones de años de existencia que se quedaron vueltos nada, en los meteoritos, en el final del sol y en que estamos solos en el universo. La posteridad es una estupidez gigantesca. Nada importa más que este segundo y este otro; que el placer de construir una novela ladrillo a ladrillo. En mil años nada de lo que yo haya escrito, si entonces nuestra especie existe, le importará a nadie. Y está bien.


Lo único que nos pertenece, lo verdadero, es el cuerpo que habitamos. Un cuerpo frágil y hermoso. No más especial que una fruta que comemos y cagamos. Me pregunto qué pasa con los gusanos que nos comen cuando terminan de comernos. Me pregunto si nos cagarán los gusanos.


A mí me hubiera gustado que el cuerpo de Fidel Castro se lo hubieran comido los gusanos. Hubiera sido justicia poética. Pero siempre podemos arrojar su piedra en la fosa de Bartlett, o al menos sacarla de Santa Ifigenia, del lado de Martí. Pobre Martí. Por suerte yo fui a su tumba antes de que le pusieran de vecino a Fidel. Una piedra. Corazón de piedra. A mí que quemen y me tiren al mar, igual que a mi abuela Isabel.


En mi novela contaré ese momento, el de la muerte de Fidel, que coincidió con la muerte de la tía que más yo he amado. Una tercera abuela. Otra vez, para mí, así como los diarios. Ahora te escribo y voy a publicar esto pero te escribo como si esto no fuera a leerlo nadie. Solo tú, o ni siquiera tú, aunque sea por ti.


Todo lo que hacemos por otras personas tiene que ser también por nosotros. No tiene gracia ayudar si no te alegra ayudar. No tiene gracia servir a una causa si ello no te emociona, no te ilumina, no te ennoblece, no te hace sentir con vida… Solo lo que nace del corazón florece.


Aquí, en esta línea, quiero dejar una flor para ti. Un girasol. Estoy dibujando un girasol. Dibujé un girasol.


Hay dos personas en las que he estado pensando desde que empecé a escribirte, a hablar de diarios, y que no quiero dejar de mencionar: Anne Frank y Alejandra Pizarnik. Jamás he leído diarios más hermosos que los suyos. Los dos tuve que dejarlos en Cuba antes de salir, como tanto, pero sus historias las cargo conmigo a todas partes. La memoria y la imaginación son dos fuerzas maravillosas.


Hasta pronto Luis, podría amanecer escribiéndote, contándote cosas que no te servirán de mucho, pero los ojos se me cierran. Mi estimado Boris debe estar preocupado porque no he publicado. Pero ya casi. Ya me está venciendo el sueño. Así como cuando era niña, este día de diario lo cierro con mi sueño.


Ashé para ti Luisma, que todo lo bueno y lo divino te cuide y te de una vida larguísima con muchas bendiciones. Te pienso.


Un abrazo fuerte, un beso.

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