Camila Lobón
Estoy en Miami, Luis.
El día 15 fui a las manifestaciones que se hicieron acá. Tan hermosa como desconcertante la desobediencia autorizada. Caravana, luego protesta en Bay front. Uno tras otro los carros reproducían por kilómetros y kilómetros de asfalto: Ya viene llegando. Una perfecta producción en serie de esperanzas, con el dinamismo de un cuadro futurista. El periplo terminaba en la Ermita de la Caridad. Cuando llegamos la iglesia estaba llena, no podíamos pasar. Allá las colas son para sobrevivir, acá porque dejemos de hacerlo. De alguna forma siempre consiguen cementarnos en la tradición de la lista de espera. Nos sentamos en un malecón justo detrás de la iglesia. Parece una pantalla en la que se copió y pegó La Habana por comandos digitales. Estoy mirando a la bahía, con un ramo de flores en la mano y comienzo a pedir a Yemayá, a La Caridad, a quien sea que esté escuchando, por tu libertad, por la de Maykel, por la de todos, que es la mía.
De pronto interrumpe el silencio de la plegaria y el mar en calma un resoplido grave: un manatí. Aparece un puto manatí gigante y añoso (que desde que llegué ansiaba ver), como un heraldo del fin del infortunio. Yo no creo en señales, pero supe que con la fugacidad con que el animal escapaba a mis ojos, pasarían estos tiempos en los que no me permito fijar la vista o caer en cavilaciones, porque el pensamiento generalmente me conduce al desasosiego y se somatiza en dolor estomacal.
La fijeza es siempre momentánea, dice Octavio Paz. Mi angustia no lo parece, no desaparece, pero se alivia momentáneamente porque sé que tú, Maykel, todos los presos políticos, son constelaciones fijas asegurando lo pasajero de la inmovilidad cubana. Fijados ya están en la historia del cimarronaje universal, del acierto libertario y los opresores también, como servidores predestinados de vuestra trascendecia, y del equívoco, siempre momentáneo.
El viernes pasado nos quedamos en la casa de Athayde, alguien que adorarías. En la madrugada comienza a tocar en la guitarra: Procuro olvidarte. Despierto a Ana. Es tu canción preferida, ustedes la cantaban siempre y tenemos que cantarla ahora. La grabamos y ahí está para cuando salgas.
Tú existes para nosotros más que nosotros mismos, probablemente más que para ti mismo. Amanece y entro a una presentación en zoom de nuestra expo en Viena. Quedó hermosa. Me complace más hablar de tu obra que de la mía. Luego vemos tus dibujos de la prisión. Claudia y Ana entristecen, yo no en un primer momento, yo se lo que tú haces. Veo en los dibujos al Picasso que quieres ser o eres por ese talento descomunal que tienes para convertir la fatalidad en triunfo. No puedo hacer más que envidiarte.
Luego sí entristezco. Llamo a Kathi a Berlín para que vea una hamaca como la que teníamos en Centro Habana y una gata igual a Musa.
Me siento en esa hamaca a escribirte esta carta.
Qué coño hago yo en La Habana imaginando que juego pin pon en un patio de Miami. Tú estás en este patio más que yo y yo en Guanajay más que aquí. No te puedo salvar, ni a Maykel, no podemos salvarlos de salvarnos. De que esa pinga se cae, se cae, esos singaos ya murieron, qué seremos libres, ya lo somos; que me estoy recuperando, pero voy por ustedes, palabra de manatí.
Gracias Luis, por echarte a los hombros mi fe y la de todos. Por obligarnos a confiar. Por mucho que me encabrona, terminas siempre teniendo la razón.
PD: Las dos apuestas que teníamos las perdí, pero no me voy a tatuar, como tú probablemente no leerás este diario.
Te quiero
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